1. Amores
Leonard Woolf no fue el único amor de Virginia. Cuando Clive Bell, marido de Vanessa, le presenta a la escritora Vita Sackville-West, heredera del castillo de Knole, ninguna de ellas conocía aún el curso de su historia.
Vita, casada desde hacía tiempo con un hombre que no le ocultaba sus gustos homosexuales, se disfrazaba de hombre, haciéndose llamar Julian, un nombre epiceno para encontrarse con la mujer que cortejaba. Este halo de intrigas forma parte de su encuentro con Virginia y de su relación amorosa. Si bien fueron amantes sólo durante tres años -desde 1925 hasta 1928-, mantuvieron una profunda amistad que perduró hasta el suicidio de Virginia. Vita formó parte del entorno que le ayudó a Virginia a protegerse de ella misma.
Sus amores tienen un único modelo: Julian Thoby, hermano mayor, alter ego infantil, que muere a los 25 años. Clive, marido de su hermana Vanessa, antiguo amigo de Julian, es uno de sus primeros objetos de amor masculinos; Leonard, su marido, también era un amigo de Julian; y Vita, que Clive le presentó a Virginia, mujer que se disfraza de Julian, se incluye a través de este sesgo en la serie metonímica fraterna.
Su encuento homosexual no constituye la única clave del lugar que ocupaba Vita en la vida de Virginia. Vita es el héroe de su novela Orlando. Este personaje, a la manera de Tiresias, es un hombre que se vuelve mujer; y a partir de ese viraje, cambia alternativamente de sexo. Vaivén que expresa la falta significante que le hubiera permitido a Virginia diferenciar el hombre de la mujer.
2. La muerte
La muerte recorre la vida de Virginia. Por sus numerosas tentativas de suicidio, pero también por la muerte sucesiva de sus seres queridos: Julia, su madre; Stella, su hermana; Leslie Stephen, su padre; y Julian Thoby, su hermano.
Aunque a lo 3 años, cuando muere su madre, Virginia comienza a presentar fenómenos elementales aislados, sólo frente a la muerte de su padre emergen las voces, que la conminan a realizar actos insensatos, y los cantos en griego de los pájaros. Simultáneamente surgen las autoacusaciones: ella es la responable de las preocupaciones de su entorno, y merece un castigo por ello. Su anorexia queda asociada al miedo al envenenamiento y expresa un estado paranoide difuso.
Después de la muerte de Julia, durante la convalescencia que precede a la muerte de Leslie, Virginia permanece muy cerca de su padre. Si bien siente un gran amor hacia él, años más tarde escribirá que afortunadamente su padre murió, si no a ella le hubiera costado la vida -por su posición frente a la educación de las mujeres.
La herencia del padre es doble: el rasgo ideal que la lleva a la escritura, y la falta que es el centro de sus auto-acusaciones. Para la familia Stephen no había ninguna duda: las muertes de Julia y de Stella fueron causadas por una falta del padre: ambas murieron exhaustas frente a sus exigencias. El propio Leslie sucumbió a la melancolía luego de la muerte de su mujer, con ideas de ruina y autoacusaciones.
El dejar-caer que produjo en Virginia la muerte de su madre está ligado a la imposibilidad, por parte de su padre, de una transmisión simbólica que le hubiera dado un lugar, entre los seres vivientes ligado al deseo. La falta heredada queda aislada, enloquecedora, como sentimiento de culpabilidad delirante.
3. Los momentos de ser
En los escritos autobiográficos reunidos bajo el título Moments of Being Virginia aísla una serie de momentos "excepcionales" en su infancia, que preceden al desencadenamiento de su enfermedad, y los llama "momentos de ser". Estos se distinguen de los "momentos de no-ser" que emergen de la guata de la vida cotidiana. Son momentos de choque violento, de horror específico y de derrumbe físico, todopoderosos, que actúan sobre ella como una fuerza aplastante. Recibe así en forma pasiva una avalancha de sinificaciones. De niña, ese choque era un "enemigo escondido detrás de la guata", una especie de testimonio de algo real más allá de las apariencias (tema de su primera novela). Son descritos como de un horror mudo, de una tristeza sin remedio, pero también como revelaciones.
Con los años descubre que detrás de la guata se oculta un designio que nos indica que somos palabras. Al escribir da prueba de ello. De esta manera, luego del choque se sucede un deseo de explicar que atenúa la fuerza aplastante del golpe, lo que orienta su esfuerzo por traducirlo en palabras. He aquí la clave de la escritura que le permite hacer un rodeo en su camino hacia la muerte.
Retomaremos algunos de esos momentos: el espejo el hombre al lado de la cama, el dejarse golpear y la flor en sí.
A los 6-7 años, al mirarse en el espejo ve un rostro horrible, una cabeza de animal, que apareció de golpe detrás de su espalda. Fenómeno de oscilación de la imagen: ve en la imagen el lugar desde donde se mira.
Un tercer momento excepcional: "Miraba el arriate de flores cerca de la puerta. "Todo está allí", me dije, miraba una planta con un ramillete de hojas y de pronto me pareció evidente que la flor en sí formaba parte de la tierra". Esta intuición delirante permanece a la espera de un sentido que debe advenir en el futuro. Búsqueda que dirige su escritura.
De niña, durante una pelea con Julian, se pregunta por qué hacerle mal a alguien. Luego experimenta una "tristeza sin remedio" y deja que Julian la golpee. Abandono del cuerpo que se enlaza a su trastorno de la imagen.
4. Su arte
Su arte ocupa un lugar clave en el dominio de esos momentos de ser. Consideraremos sus cuentos, escritos en su mayoría durante los años 20.
Avron Fleishman, profesor de inglés en la Johns Hopkins University, aproxima las epifanías de Joyce a ciertas formas literarias de Virginia Woolf. Aisla dos estilos literarios en sus cuentos, lineal o progresivo, y circular o de retorno. En el primer caso, una serie de términos reaparecen y al final emerge una palabra que produce un efecto de descubrimiento intuitivo que Fleishman relaciona a ciertas descripciones de las epifanías. En la forma circular se produce el encuentro de lo que ya estaba presente en forma latente. El circuito reenvía al punto de partida. En el primero se trata de una intuición súbita; en el segundo, de un retorno sin sustitución al mismo tempo.
Kew Gardens es el ejemplo de la forma lineal. Virginia trata de establecer una distinción general entre los hombres y las mujeres. Una serie de combinaciones desembocan en las voces de aquellos que pasaron por el jardín y se separaron de su cuerpos. La repetición de la palabra voces produce un crescendo en el relato. En el lugar de lo que no alcanza a inscribirse aparecen las voces que la acompañan a lo largo de su existencia. Voces que a veces le impiden escribir y que finalmente la empujan al suicidio. En la carta dirigida a Leonard, que escribe antes de su muerte, confiesa que lo hace para escapar de las voces.
El uso de la palabra solids objects en el cuento del mismo nombre es muy particular. Esta palabra se desplaza en el cuento nombrando primero la solidez de los cuerpos de los dos amigos, luego la existencia solitaria de los objetos, y finalmente deviene la yuxtaposición de mundo y significaciones personales. ¿Licencia poética o práctica neológica del lenguaje?
Utilizaremos dos ejemplos de la forma circular: ambas historias comienzan y terminan con la misma frase. Primero, la frase - People should not have looking-glass hanging in their room - en The Lady in the Loooking-Glass, y luego - Slater's pins have no points - subtítulo de Moments of Being.
La primera historia consiste en la descripción de los cambios que se producen en una habitación durante el día. El que mira sólo puede ver la habitación a través de la imagen que le da el espejo. Luego, al final del cuento surge la revelación: cuando la dueña de casa aparece en el espejo se devela que esta mujer está completamente vacía. La frase inicial, la gente no debería tener espejos colgados en las paredes, se repite dejando en suspenso la atribución. ¿Es una advertencia? ¿A quién se dirige? A la imagen que se pasea sola en el espejo, a los futuros lectores o a ella misma? El cuento expresa su esfuerzo por traducir en palabras el momento de ser que experimentó frente al espejo, retomando un sentido que le pertenece.
En la segunda historia podemos constatar la falta de sentido con más nitidez. La protagonista escucha que su amiga Julia (que es el nombre de su madre) dice que los alfileres de Slater no tienen punta. La descripción de la búsqueda de un alfiler que acaba de caer al piso se entrecruza con sus pensamientos en relación a Julia. De pronto, tiene la revelación de la homosexualidad de su amiga que avanza hacia ella y la besa. A continuación escucha la frase que profiere su amiga en relación a los alfileres que la perturba. La historia termina con la repetición de la frase. Su sentido es desconocido para el lector puesto que la historia se cierra en sí misma sin producir un efecto de sentido.
De esta manera, las novelas de Virginia Woolf en las que las conversaciones y los monólogos se reproducen metonímicamente dejando en suspenso la finalidad de la historia, se contraponen a las pequeñas historias que vuelven al punto de partida, a la misma palabra, sin sustitución, con la certeza del sentido de la frase. Estas estructuras responden a la falta de un punto de capitón, y expresan su esfuerzo por "desembarazarse del mal escribiendo". A la manera de Joyce, Virginia intenta dar un sentido a los momentos de ser que surgen en lo real.
Leonard, Clive, Vanessa, Vita, no fueron más que refugios que pacificaron su entorno, permitiéndole escribir, lo que le permitió un rodeo frente al cumplimiento de su verdadero designio.
Virginia quiso escribir todo, quiso que su escritura atrapara las subjetividades sin la emergencia de pérdida alguna. Pero, al mismo tiempo, supo que jamás alcanzaría a escribir su muerte: ésta se transforma en la firma, póstuma, de su obra.
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