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Zizek ve una forma de lucha de clases en el fundamentalismo cristiano
Andy Robinson - Corresponsal en Nueva York - 25/11/04
El carismático filósofo esloveno Slavoj Zizek sorprendió a los jóvenes que se agolpaban en una galería del barrio chic del Soho el martes por la noche al indicar que el auge del fundamentalismo cristiano en Estados Unidos es una manifestación de la lucha de clases. "El populismo cristiano contiene la lógica de antagonismo de clases que la izquierda liberal ha abandonado", dijo Zizek, seguidor de Marx y Lacan que se ha convertido en una figura de culto para la disidencia neoyorquina.
Zizek cree que, aunque de forma distorsionada, "estos grupos han secuestrado la antigua lucha de la izquierda de movilizaciones populares contra una clase dominante, e incluso han tomado prestados de la vieja izquierda sus modos de organización". El enemigo de clase bajo la percepción del populismo evangelista es un acomodado progresismo liberal que rechaza toda confrontación. Ello concuerda con la idea de que "el objetivo del capitalismo es la coexistencia pacífica". No es casual, dijo Zizek, que los cristianos fundamentalistas del pujante movimiento antiaborto reivindiquen la herencia del antiesclavista John Brown, "el único verdadero igualitario de la historia de EE.UU." La derecha ha realizado una brillante maniobra al vincular la lucha por el derecho a la vida de los esclavos con la lucha antiabortista, añadió.
El lujo democrático
Hay un rechazo popular también al cientifismo y su impacto sobre los valores éticos; un rechazo que, pese a manifestarse de forma supersticiosa, no debe subestimarse, indicó Zizek. "Es absurdo arrepentirse de que la lucha se vea en términos morales", ya que es una señal de que "el capitalismo se encuentra en una fase de decadencia moral", agregó. Zizek aplaudió el ejemplo de Habermas quien, pese a ser un brillante defensor del racionalismo de la Ilustración, ha colaborado con representantes de la iglesia en Alemania para buscar una formula ética para los avances científicos.
Zizek vaticinó "una gran explosión" tras la consolidación del poder de Bush. El 11-S marcó el final de la fase del liberalismo en que EE. UU podía exportar la democracia sin subvertir sus propios intereses. "Aquel juego se acabó", dijo.
"El problema es que Estados Unidos, pese a la retórica de su nueva política exterior, no puede permitirse el lujo de instalar regímenes democráticos en Oriente Medio. Lo que va a resultar la mayor amenaza para EE.UU. es precisamente la ideología en la que basa sus intervenciones", dijo. Dada esta paradoja, el país "pagará el precio por esta explosión descontrolada, que no tiene una salida fácil".
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